Recuerde el alma dormida,
avive
el seso y despierte
contemplando
cómo
se pasa la vida,
cómo
se viene la muerte
5
tan
callando,
cuán
presto se va el placer,
cómo,
después de acordado,
da
dolor;
cómo,
a nuestro parecer,
10
cualquiera
tiempo pasado
fue
mejor.
|
El poeta
llama al alma de todo ser humano, que está dormida ante la verdad
fundamental, y le pide que despierte para darse cuenta de que la vida es
fugaz y de que la muerte nos alcanza sin que nos demos cuenta. Todos los
placeres que la vida nos ofrece se desvanecen enseguida, y después de
haberlos conocido, nos causan tristeza (y esto es así por dos motivos: porque
recordar el placer que hemos perdido siempre nos entristece, y porque el
placer para una mentalidad medieval era a menudo consecuencia del pecado y
esto nos aleja de la salvación del alma). Así pues, cuando miramos atrás,
siempre nos parece mejor el pasado (el tiempo en que pudimos decidir lo correcto;
el tiempo en que disfrutamos) que el presente. (En esta estrofa y en las dos
siguientes, el autor desarrolla de forma magistral el tópico literario del tempus
fugit, el tiempo
huye inexorablemente.
|
Pues si vemos lo presente
cómo
en un punto se es ido
y
acabado,
15
si
juzgamos sabiamente,
daremos
lo no venido
por
pasado.
No
se engañe nadie, no,
pensando
que ha de durar
20
lo
que espera,
más
que duró lo que vio
porque
todo ha de pasar
por
tal manera.
|
Y esto es
así porque el presente es fugaz: en cuanto uno se para a pensar en lo que está
viviendo, ya se ha convertido en pasado. De tal modo que, visto que nuestro
presente no tiene ninguna consistencia (no es permanente), una persona
juiciosa no daría ningún valor al futuro, que no es más que una cadena de
momentos que se desvanecerán para siempre. Pues no hay razones para esperar
que lo que nos queda por vivir dure más que lo que ya hemos vivido y perdido:
la vida seguirá su curso, convirtiendo el presente en pasado.
|
Nuestras vidas son los ríos
25
que
van a dar en la mar,
que
es el morir;
allí
van los señoríos
derechos
a se acabar
y
consumir;
30
allí
los ríos caudales,
allí
los otros medianos
y
más chicos,
y
llegados, son iguales
los
que viven por sus manos 35
y
los ricos.
|
En esta
copla, Jorge Manrique desarrolla una de las alegorías más célebres de la
literatura universal. Compara la vida de cada ser humano con un río. Según la
posición social de cada individuo, ese río será más grande (‘caudal’) o más
pequeño, pero todas las vidas, como todos los ríos, tienen el mismo fin, que
es acabar en la muerte, o en el mar. Así, pasa a primer plano el tópico de
la muerte como igualadora,
que recoge la idea de que la muerte anula las diferencias sociales, pues
todos los seres humanos estamos igualmente indefensos ante ella. En los tres últimos
versos se aprecia un rasgo característico de la mentalidad medieval española:
la sociedad dividida en dos categorías, la de los que trabajan con sus manos
y la de los ricos, que no realizan trabajo físico ni deben realizarlo, pues
sería deshonroso.
|
Invocación:
Dejo las invocaciones
de
los famosos poetas
y
oradores;
no
curo de sus ficciones,
40
que
traen yerbas secretas
sus
sabores;
A
aquél sólo me encomiendo,
aquél
sólo invoco yo
de
verdad,
45
que
en este mundo viviendo
el
mundo no conoció
su
deidad.
|
Jorge
Manrique, que poseía una considerable formación humanística, conocía a poetas
y oradores clásicos latinos que comenzaban sus obras invocando a las musas y
los dioses y, como ellos, comienza su sermón funerario con una invocación a
las fuerzas divinas. Sin embargo, su invocación no se dirige a las musas y a
los dioses paganos (pues para él, profundamente cristiano, eran divinidades
ficticias que él asocia con la magia las ‘yerbas secretas’). Él, como
caballero cristiano, invoca y pide ayuda tan sólo a Jesucristo, que vino al
mundo en forma de hombre, no fue reconocido como dios y fue crucificado.
|
Este mundo es el camino
para
el otro, que es morada 50
sin
pesar;
mas
cumple tener buen tino
para
andar esta jornada
sin
errar.
Partimos
cuando nacemos,
55
andamos
mientras vivimos,
y
llegamos
al
tiempo que fenecemos;
así
que cuando morimos
descansamos.
60
|
En esta
estrofa introduce Manrique otra célebre alegoría que se ha convertido en tópico:
la vida es un camino (tópico del homo viator) que debemos recorrer con prudencia y buen
juicio (‘buen tino’) para no equivocar la ruta. Para él, el destino final al
que nos conduce ese camino debe ser la salvación eterna (el otro mundo, que
es una morada permanente donde no existe el dolor y donde podemos descansar
por toda la eternidad). Así, la vida terrenal se convierte en un medio para
alcanzar la vida eterna.
|
Este mundo bueno fue
si
bien usáramos de él
como
debemos,
porque,
según nuestra fe,
es
para ganar aquél
65
que
atendemos.
Aun
aquel hijo de Dios,
para
subirnos al cielo
descendió
a
nacer acá entre nos,
70
y
a vivir en este suelo
do
murió.
|
En
consecuencia, la vida terrenal no es despreciable: es un medio para conseguir
el fin, que es la salvación eterna. Pero para ello debemos obrar bien,
siguiendo los preceptos de la fe cristiana.
Para
corroborar la idea de que la vida en este mundo no debe ser despreciada (como
hacían los ermitaños que se dedicaban sólo a la oración), sino entendida como
un medio para conseguir la salvación eterna por medio de acciones nobles pone
el ejemplo de Jesucristo, que nació y murió como un hombre más entre los
humanos para mostrar a los cristianos el camino de la salvación.
|
Ved de cuán poco valor
son
las cosas tras que andamos
y
corremos,
75
que
en este mundo traidor,
aun
primero que muramos
las
perdamos:
de
ellas deshace la edad,
de
ellas casos desastrados 80
que
acaecen,
de
ellas, por su calidad,
en
los más altos estados
desfallecen.
|
La salvación
eterna debe ser el único fin de nuestra vida en la tierra. Frente a éste,
todos los demás objetivos carecen por completo de valor. Todo lo que
perseguimos y conseguimos en nuestra vida lo perdemos cuando llega la muerte,
como ya nos ha dicho antes. Pero es que además, la mayoría de las cosas que
deseamos nos son arrebatadas incluso antes de que muramos: unas las destruye
el paso del tiempo; otras, las desgracias que nos suceden; otras, por sí
mismas entran en decadencia incluso entre los más poderosos. En esta
estrofa y las cuatro siguientes
se desarrolla paralelamente el tema de la fortuna (la diosa pagana que, con
una venda en los ojos y una ruleta en la mano juega arbitrariamente con los
destinos de los hombres) y el tópico de la vanidad o inconsistencia de los
bienes terrenales (el tópico de vanitas vanitatum et omnia vanitas, que es la idea de que todos los bienes
que ansiamos no merecen aprecio, pues ninguno resiste al paso del tiempo y,
de hecho, no son más que trampas que la vida nos tiende para apartarnos del
recto camino de la virtud).
|
Decidme: la hermosura,
85
la
gentil frescura y tez
de
la cara,
el
color y la blancura,
cuando
viene la vejez,
¿cuál
se para?
90
Las
mañas y ligereza
y
la fuerza corporal
de
juventud,
todo
se torna graveza
cuando
llega al arrabal
95
de
senectud.
|
El primer
ejemplo de eso es la belleza física (y en este punto remarca su carácter efímero
por medio de una interrogación retórica: ¿cuál se para?, es decir, en qué se convierte la
belleza y los rasgos físicos que apreciamos cuando llega la vejez). El
segundo es la energía y la agilidad de movimientos, que se pierden en cuanto
se acerca la vejez (el ‘arrabal de senectud’).
|
Pues la sangre de los godos,
y
el linaje y la nobleza
tan
crecida,
¡por
cuántas vías y modos
100
se
pierde su gran alteza
en
esta vida!
Unos,
por poco valer,
¡por
cuán bajos y abatidos
que
los tienen!
105
otros
que, por no tener,
con
oficios no debidos
se
mantienen.
|
Otro
ejemplo de estas cosas del mundo que tanto apreciamos y que el mero paso del
tiempo destruye es la nobleza del linaje (la sangre de los godos). Unos la
pierden por falta de valor, por obrar de un modo que no está a la altura de
lo que se debe esperar de un noble. Otros, porque por no tener suficiente
riqueza para mantenerse, se
dedican a actividades indebidas (es decir, realizan trabajos físicos o
actividades impropias de la nobleza, lo que acarrea la deshonra).
|
Los estados y riqueza
que
nos dejan a deshora,
110
¿quién
lo duda?
no
les pidamos firmeza,
pues
son de una señora
que
se muda.
Que
bienes son de Fortuna
115
que
revuelven con su rueda
presurosa,
la
cual no puede ser una
ni
estar estable ni queda
en
una cosa.
120
|
El poder y
la riqueza son otro ejemplo de esos bienes terrenales que ansiamos y nos
puede arrebatar el tiempo. Esos dependen de la Fortuna (una divinidad romana representada
habitualmente jugando con una rueda que decide sobre los bienes materiales de
los hombres y que los trastoca según su capricho) y, por lo tanto, no son
constantes ni permanentes.
|
Pero digo que acompañen
y
lleguen hasta la huesa
con
su dueño:
por
eso nos engañen,
pues
se va la vida apriesa 125
como
sueño;
y
los deleites de acá
son,
en que nos deleitamos,
temporales,
y
los tormentos de allá,
130
que
por ellos esperamos,
eternales.
|
Pero
incluso si esos bienes que anhelamos nos acompañan hasta la muerte (‘la
huesa’), no debemos fiarnos de ellos, pues el tiempo en que podemos
disfrutarlos es muy breve. La vida pasa deprisa y el apego excesivo a los
placeres terrenales puede causar la condenación eterna. (Insiste, pues, en el
tópico de la vanitas vanitatum: todas esas cosas que anhelamos no son sino señuelos falsos que nos
apartan del camino virtuoso y nos pueden llevar a la condenación eterna).
|
Los placeres y dulzores
de
esta vida trabajada
que
tenemos,
135
no
son sino corredores,
y
la muerte, la celada
en
que caemos.
No
mirando nuestro daño,
corremos
a rienda suelta
140
sin
parar;
desque
vemos el engaño
y
queremos dar la vuelta,
no
hay lugar.
|
En una
alegoría que reproduce la imagen de una cacería, esos placeres terrenales se
representan como la jauría (‘corredores’) que persigue a nuestra alma para
conducirla hasta una trampa (‘celada’)que sólo vemos cuando ya no hay marcha
atrás.
|
Si fuese en nuestro poder 145
hacer
la cara hermosa
corporal,
como
podemos hacer
el
alma tan glorïosa,
angelical,
150
¡qué
diligencia tan viva
tuviéramos
toda hora,
y
tan presta,
en
componer la cativa,
dejándonos
la señora
155
descompuesta!
|
Si pudiéramos
embellecer nuestra cara tan fácilmente como podemos perfeccionar nuestra alma
para hacerla digna de la salvación, con toda seguridad nos ocuparíamos en
embellecer nuestra apariencia física (‘la cativa’, de poco valor) y descuidaríamos
el alma (‘la señora’, que es mucho más noble e importante).
|
Esos reyes poderosos
que
vemos por escrituras
ya
pasadas,
por
casos tristes, llorosos, 160
fueron
sus buenas venturas
trastornadas;
así
que no hay cosa fuerte,
que
a papas y emperadores
y
prelados,
165
así
los trata la muerte
como
a los pobres pastores
de
ganados.
|
En la 2ª
mitad del s. XIV, Boccacio escribió un libro que alcanzó gran fama, De
cassibus virorum illustrium,
cuyo título se podría traducir como Sobre las desgracias de los hombres
ilustres, que creó toda
una tradición en Europa y que fue tomado como modelo para otros como la
adaptación al castellano de López de Ayala Caída de príncipes, que seguramente Jorge Manrique conocía.
En esta obra se pasaba revista al modo en que la desgracia (atribuida en
muchos casos a una Fortuna adversa) había destruido las vidas de hombres
importantes. En las siguientes estrofas, Manrique se atendrá a esa tradición
para demostrar aquello de lo que nos viene advirtiendo en el poema: que
nadie, por poderoso que sea, está libre de que un giro de la Fortuna acabe
con su buena suerte. Insiste también en esta estrofa en el poder igualador de
la muerte, que trata a los más poderosos (papas, emperadores, prelados
–obispos-) con la misma falta de compasión que a los pastores (a quienes toma
como ejemplo de los más humildes de los hombres)
|
Dejemos a los troyanos,
que
sus males no los vimos 170
ni
sus glorias;
dejemos
a los romanos,
aunque
oímos y leímos
sus
historias.
No
curemos de saber
175
lo
de aquel siglo pasado
qué
fue de ello;
vengamos
a lo de ayer,
que
también es olvidado
como
aquello.
180
|
Ahora bien,
en esta estrofa nos advierte de que no va a tomar sus ejemplos de la remota
Antigüedad (la Guerra de Troya o Roma), que le resulta demasiado lejana, sino
del pasado más reciente de la historia de Castilla. Y así lo hará, haciendo
además un retrato de la convulsa historia del reino durante el siglo XV y
aprovechando para reivindicar el importante papel de su familia en las
constantes luchas y ajustar cuentas con los enemigos políticos de su familia
que acabaron abatidos por la desgracia.
|
¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los
infantes de Aragón
¿qué
se hicieron?
¿Qué
fue de tanto galán,
qué
fue de tanta invención 185
como
trajeron?
Las
justas y los torneos,
paramentos,
bordaduras
y
cimeras,
¿fueron
sino devaneos?
190
¿qué
fueron sino verduras
de
las eras?
|
El repaso a
los personajes ilustres que el tiempo
ha destruido comienza con el rey Don Juan (Padre de Isabel la Católica),
con cuyo favorito Álvaro de Luna tuvo D. Rodrigo enfrentamientos hasta la
muerte de aquél. Frente a D. Álvaro, Manrique tomó partido por los infantes
de Aragón.
En
cualquier caso, lo que destaca en esta estrofa, como en las ocho siguientes,
es el uso del tópico del Ubi sunt? (¿dónde están?), que consiste en plantear en
interrogaciones retóricas qué fue de personajes, situaciones y momentos
importantes del pasado que el tiempo han destruido. Aquí se hace referencia a
personajes encumbrados de la aristocracia, pero también al lujo y ostentación
de la corte, reducidos ahora a la nada.
|
¿Qué se hicieron las damas,
sus
tocados, sus vestidos,
sus
olores?
195
¿Qué
se hicieron las llamas
de
los fuegos encendidos
de
amadores?
¿Qué
se hizo aquel trovar,
las
músicas acordadas
200
que
tañían?
¿Qué
se hizo aquel danzar,
aquellas
ropas chapadas
que
traían?
|
En los
primeros versos se pregunta qué ha sido del lujo y refinamiento del atuendo
de las mujeres. En seis siguientes, parece hacer alusión al desenfreno
amoroso de una sociedad influida por la moda de la poesía cancioneril y
cortesana, acompañada de música y danza (e influida por la tradición
provenzal del amor cortés).
Desde el
punto de vista estilístico, en esta copla el tópico del Ubi sunt se une al
uso del paralelismo, que hace que la estrofa se divida en cuatro
interrogaciones retóricas de tres versos cada una y que presentan anáfora y
la misma estructura sintáctica.
|
Pues el otro, su heredero,
205
don
Enrique, ¡qué poderes
alcanzaba!
¡Cuán
blando, cuán halaguero
el
mundo con sus placeres
se
le daba!
210
Mas
verás cuán enemigo,
cuán
contrario, cuán cruel
se
le mostró;
habiéndole
sido amigo,
¡cuán
poco duró con él
215
lo
que le dio!
|
Ahora le
toca el turno al rey Enrique IV, heredero de Juan II. A él se enfrentaron los
Manrique, que tomaron el partido de Isabel. De su reinado critica también la ostentación, y destaca su
derrota y su brevedad.
|
Las dádivas desmedidas,
los
edificios reales
llenos
de oro,
las
vajillas tan febridas, 220
los
enriques y reales
del
tesoro;
los
jaeces, los caballos
de
sus gentes y atavíos
tan
sobrados,
225
¿dónde
iremos a buscallos?
¿qué
fueron sino rocíos
de
los prados?
|
El rey
Enrique IV se caracterizó por asegurarse la alianza con los nobles que
siguieron su partido gracias a enormes prebendas (‘dádivas desmedidas’) en
perjuicio de otros nobles, y del resto de los ciudadanos.
El lujo de
la corte también es subrayado por Jorge Manrique: los jaeces, los caballos
/ de sus gentes y atavíos / tan
sobrados, y termino con
dos interrogaciones en el más puro estilo del Ubi sunt?.
La
identificación de toda esa suntuosidad y despilfarro con el rocío de los
prados destaca de manera muy plástica su fugacidad.
|
Pues su hermano el inocente,
que
en su vida sucesor
230
se
llamó,
¡qué
corte tan excelente
tuvo
y cuánto gran señor
le
siguió!
Mas,
como fuese mortal,
235
metióle
la muerte luego
en
su fragua.
¡Oh,
juïcio divinal,
cuando
más ardía el fuego,
echaste
agua!
240
|
El
personaje a quien se refiere en esta estrofa es el infante Alfonso, hermano
de Isabel y hermanastro de Enrique, a quien una facción de la nobleza eligió
de forma simbólica como rey para que liderase formalmente su lucha contra
Enrique IV. Murió a la temprana edad de 15 años.
En la copla
destacan las exclamaciones retóricas y la imagen personificada de la muerte
que abrasa la vida del infante en su fragua.
|
Pues aquel gran Condestable,
maestre
que conocimos
tan
privado,
no
cumple que de él se hable,
sino
sólo que lo vimos
245
degollado.
Sus
infinitos tesoros,
sus
villas y sus lugares,
su
mandar,
¿qué
le fueron sino lloros? 250
¿Qué
fueron sino pesares
al
dejar?
|
Ahora le
toca el turno al condestable Álvaro de Luna, que fue el mayor enemigo de los
Manrique durante el reinado de Juan II. Pero finalmente cayó en desgracia y
fue ejecutado como se describe en la estrofa, que termina también con una
doble interrogación retórica en que cuestiona la fugacidad de las glorias
humanas.
|
Y los otros dos hermanos,
maestres
tan prosperados
como
reyes,
255
que
a los grandes y medianos
trajeron
tan sojuzgados
a
sus leyes;
aquella
prosperidad
que
tan alta fue subida
260
y
ensalzada,
¿qué
fue sino claridad
que
cuando más encendida
fue
amatada?
|
Los dos
hermanos a los que se refiere en esta copla parecen ser d. Juan Pacheco,
marqués de Villena y maestre de Santiago y d. Pedro Téllez Girón, que llegó a
ser maestre de Calatrava. El primero fue valido del rey Enrique IV y el
segundo alcanzó gran poder en la corte, hasta que murió en extrañas
circunstancias (hay quien ha sugerido que fue envenenado). D. Juan Pacheco, que
siguió influyendo en la voluntad del rey y defendiendo por todos los medios y
liderando el partido de Juana la Beltraneja, también murió por una afección de garganta.
|
Tantos duques excelentes, 265
tantos
marqueses y condes
y
varones
como
vimos tan potentes,
di,
muerte, ¿dó los escondes
y
traspones?
270
Y
las sus claras hazañas
que
hicieron en las guerras
y
en las paces,
cuando
tú, cruda, te ensañas,
con
tu fuerza las atierras 275
y
deshaces.
|
Ahora,
dejando a un lado los casos particulares, se dirige a la muerte, en una
invocación que recuerda a las imprecaciones y los denuestos de los plantos
medievales. Destaca el imparable poder destructor de la muerte sobre las
personas y las obras de las personas más poderosas (refiriéndose, como
corresponde a su mentalidad de caballero perteneciente a la más alta nobleza,
a ‘duques, marqueses y condes’ – y ‘varones’, lo que nos da muestra de la
perspectiva profundamente androcéntrica desde la que enfoca su visión de la
vida y la muerte).
|
Las huestes innumerables,
los
pendones, estandartes
y
banderas,
los
castillos impugnables, 280
los
muros y baluartes
y
barreras,
la
cava honda, chapada,
o
cualquier otro reparo,
¿qué
aprovecha?
285
que
si tú vienes airada,
todo
lo pasas de claro
con
tu flecha.
|
La invocación
a la muerte, unida al tono de denuesto y a la interrogación retórica continúa
en esta estrofa. Para destacar la absoluta indefensión de todos los seres
humanos ante la muerte, recurre a una serie de imágenes procedentes del ámbito
militar que le son muy cercanas(recordemos que los Manrique estuvieron en
primera línea de las guerras y conflictos dinásticos que jalonaron el s. XV).
El poder de la muerte es capaz de superar cualquier defensa, incluso militar,
que los hombres interpongan.
Con esta
copla pone fin al ‘sermón funerario’ en el que, como hemos visto, reflexiona
sobre la necesidad de ser conscientes de la brevedad de la vida y de
desconfiar de los objetivos y de los placeres terrenales (incluida la lucha
por el poder) que nos apartan del recto camino de la virtud, que es el único
que puede garantizarnos la vida eterna, y en el que hace un repaso de
personajes y situaciones que son ejemplo de este excesivo apego a las glorias
mundanas, para acabar mostrando en invocación directa a la muerte que ni las
personas (por encumbradas que sean) ni sus logros están libres de los embates
de la caprichosa fortuna ni del poder de la muerte, ante el cual todos los
esfuerzos humanos son vanos.
|
Aquél de buenos abrigo,
amado
por virtuoso
290
de
la gente,
el
maestre don Rodrigo
Manrique,
tanto famoso
y
tan valiente;
sus
hechos grandes y claros 295
no
cumple que los alabe,
pues
los vieron,
ni
los quiero hacer caros
pues
que el mundo todo sabe
cuáles
fueron.
300
|
A partir de
esta estrofa, el poema se centra ya en la figura de D. Rodrigo, cuyas
virtudes encarnan las del perfecto caballero cristiano, y le han
proporcionado no sólo la salvación eterna, sino una fama imperecedera que
servirá de consuelo a sus descendientes y de modelo de conducta a quienes la
lleguen a conocer.
Jorge
Manrique lo describe como protector de las buenas gentes y valiente y
protagonista de grandes hazañas de sobra conocidas en su tiempo. Estas
cualidades morales y estos hechos gloriosos le han granjeado la fama entre
sus contemporáneos –lo que, como veremos más adelante, es una fuente de
consuelo para sus deudos y familiares, pues le garantiza un modo de
pervivencia más allá de a muere en la memoria de las gentes).
|
Amigo de sus amigos,
¡qué
señor para criados
y
parientes!
¡Qué
enemigo de enemigos!
¡Qué
maestro de esforzados 305
y
valientes!
¡Qué
seso para discretos!
¡Qué
gracia para donosos!
¡Qué
razón!
¡Cuán
benigno a los sujetos! 310
¡A
los bravos y dañosos,
qué
león!
|
En esta
estrofa destaca las dos cualidades supremas del Maestre: ensalza la figura de
su padre como señor feudal fiel a sus aliados y amado por sus siervos y
vasallos, y destaca la fuerza de su carácter como militar en la lucha contra
sus enemigos (¡A los bravos y dañosos, / qué león!) . Pero destaca también su
discreción y su razón (su prudencia y buen juicio), y su gracia e
inteligencia para la vida cortesana. Todo ello mediante el recurso de la
exclamación retórica.
|
En ventura Octaviano;
Julio
César en vencer
y
batallar;
315
en
la virtud, Africano;
Aníbal
en el saber
y
trabajar;
en
la bondad, un Trajano;
Tito
en liberalidad
320
con
alegría;
en
su brazo, Aureliano;
Marco
Tulio en la verdad
que
prometía.
|
En esta
copla hace gala de su conocimiento de la Historia Antigua, propia de una
formación incipientemente humanista, comparando a d. Rodrigo con hombres
ilustres de la Historia de Roma: con Julio César en cuanto a su habilidad
como estratega; en su virtud, con Escipión el Africano, con diversos
emperadores y con el propio Cicerón en su capacidad para comunicar sus
convicciones.
|
No dejó grandes tesoros,
ni
alcanzó muchas riquezas
ni
vajillas;
mas
hizo guerra a los moros, 340
ganando
sus fortalezas
y
sus villas;
y
en las lides que venció,
muchos
moros y caballos
se
perdieron;
345
y
en este oficio ganó
las
rentas y los vasallos
que
le dieron.
|
Destaca a
continuación la falta de apego de D. Rodrigo al lujo y a los bienes
materiales (cuyo exceso ha criticado en la sección anterior al hablar de la
corte de los Trastámara), y destaca su lucha por reconquistar tierras a los
moros (es un hecho que tomó la villa de Huéscar con 28 años y fue
generosamente recompensado por el rey Juan con el título sobre tierras,
rentas y vasallos).
|
Pues por su honra y estado,
en
otros tiempos pasados,
350
¿cómo
se hubo?
Quedando
desamparado,
con
hermanos y criados
se
sostuvo.
Después
que hechos famosos 355
hizo
en esta misma guerra
que
hacía,
hizo
tratos tan honrosos
que
le dieron aún más tierra
que
tenía.
360
|
En esta copla parece aludir a los conflictos de la familia Manrique
con D. Álvaro de Luna, de los que finalmente salió bien parado.
|
Estas sus viejas historias
que
con su brazo pintó
en
juventud,
con
otras nuevas victorias
ahora
las renovó
365
en
senectud.
Por
su grande habilidad,
por
méritos y ancianía
bien
gastada,
alcanzó
la dignidad
370
de
la gran Caballería
de
la Espada.
|
Finalmente,
d. Rodrigo, tras la muerte de Juan Pacheco, Marqués de Villena, alcanzó la
dignidad de Maestre de la orden de Santiago
|
Y sus villas y sus tierras
ocupadas
de tiranos
las
halló;
375
mas
por cercos y por guerras
y
por fuerza de sus manos
las
cobró.
Pues
nuestro rey natural,
si
de las obras que obró
380
fue
servido,
dígalo
el de Portugal
y
en Castilla quien siguió
su
partido
|
Participó
en las luchas por la sucesión de Enrique IV, abrazando primero la causa de
Alfonso de Castilla (hermanastro del rey y muerto con quince años) y
finalmente defendió la sucesión de Isabel, por lo que se enfrentó al rey de
Portugal (esposo de Juana la Beltraneja). En esta estrofa, Jorge Manrique hace una
afirmación problemática, ‘Pues nuestro rey natural / si de las obras que
obró / fue servido...’
que exigiría ahondar más en la biografía de D. Rodrígo, quien se enfrentó a
Enrique IV, apoyó las pretensiones de Alfonso y posteriormente las de Isabel.
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Después de puesta la vida 385
tantas
veces por su ley
al
tablero;
después
de tan bien servida
la
corona de su rey
verdadero:
390
después
de tanta hazaña
a
que no puede bastar
cuenta
cierta,
en
la su villa de Ocaña
vino
la muerte a llamar
395
a
su puerta,
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Tras el
recuento de los hitos principales de sus hechos guerreros y políticos, Jorge
Manrique nos presenta la escena de la muerte de D. Rodrigo.
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diciendo: «Buen caballero,
dejad
el mundo engañoso
y
su halago;
vuestro
corazón de acero,
400
muestre
su esfuerzo famoso
en
este trago;
y
pues de vida y salud
hicisteis
tan poca cuenta
por
la fama,
405
esfuércese
la virtud
para
sufrir esta afrenta
que
os llama.
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La muerte
adopta una actitud benévola y respetuosa, completamente opuesta a lo que era
su representación habitual en la tradición, por ejemplo, de las Danzas de
la Muerte, y se dirige a
él no para reprocharle sus pecados, sino para destacar sus virtudes de buen
caballero, pidiéndole fuerza, valor y estoicismo para afrontar ese paso, lo
que no le resultará difícil, pues ha trabajado toda su vida no por su propio
bienestar, sino por consolidar su fama y su buen nombre.
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No se os haga tan amarga
la
batalla temerosa
410
que
esperáis,
pues
otra vida más larga
de
la fama glorïosa
acá
dejáis,
(aunque
esta vida de honor 415
tampoco
no es eternal
ni
verdadera);
mas,
con todo, es muy mejor
que
la otra temporal
perecedera
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La propia
muerte le explica que, aunque el trago que le espera sea duro, debe servirle
de consuelo la certeza de que deja tras de sí una fama que hará perdurar en
la tierra el recuerdo de sus actos, lo que, aunque no es tan importante como
la vida eterna, es mucho más noble objetivo que una vida entregada a los
placeres temporales, que no dejan huella alguna en el mundo.
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El vivir que es perdurable
no
se gana con estados
mundanales,
ni
con vida deleitable
en
que moran los pecados
425
infernales;
mas
los buenos religiosos
gánanlo
con oraciones
y
con lloros;
los
caballeros famosos,
430
con
trabajos y aflicciones
contra
moros.
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Según esta
personificación de la muerte que habla con respeto a D. Rodrigo, la vida
eterna, el vivir que es perdurable, no se gana alcanzando el poder (los estados
terrenales), y mucho
menos con los placeres de la vida deleitable, plagada de pecados y tentaciones. En una
muestra clara de la mentalidad medieval de Jorge Manrique, asocia cada
estamento a una forma de conseguir la vida eterna: el clero, por medio de la
oración y los sacrificios; los caballeros famosos, representantes del estamento nobiliario, por
medio de la lucha contra los infieles (moros).
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Y pues vos, claro varón,
tanta
sangre derramasteis
de
paganos,
435
esperad
el galardón
que
en este mundo ganasteis
por
las manos;
y
con esta confianza
y
con la fe tan entera
440
que
tenéis,
partid
con buena esperanza,
que
esta otra vida tercera
ganaréis.»
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Y,
siguiendo con esta mentalidad de ‘guerra santa’, asegura que, puesto que ha
luchado contra los paganos y derramado abundantemente su sangre, puede estar
seguro de que ha ganado esa tercera vida, la vida eterna (la única importante
para esta mentalidad medieval), mucho más valiosa que la fama y que la vida
terrenal que está a punto de perder.
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«No tengamos tiempo ya
445
en
esta vida mezquina
por
tal modo,
que
mi voluntad está
conforme
con la divina
para
todo;
450
y
consiento en mi morir
con
voluntad placentera,
clara
y pura,
que
querer hombre vivir
cuando
Dios quiere que muera 455
es
locura
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El Maestre
responde a la muerte con serenidad, manifestando su estoicismo de raíz
cristiana, que acepta su muerte como consecuencia de la voluntad divina, a la
que es locura oponerse.
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Oración:
Tú, que por nuestra maldad,
tomaste
forma servil
y
bajo nombre;
tú,
que a tu divinidad
460
juntaste
cosa tan vil
como
es el hombre;
tú,
que tan grandes tormentos
sufriste
sin resistencia
en
tu persona,
465
no
por mis merecimientos,
mas
por tu sola clemencia
me
perdona.»
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Y finaliza
su alocución con una oración dirigida a Jesucristo, que para salvar a los
humanos del pecado original se encarnó en cuerpo de hombre y sufrió grandes
tormentos en su persona. A ese Jesucristo le pide humildemente perdón y
clemencia.
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Fin:
Así, con tal entender,
todos
sentidos humanos
470
conservados,
cercado
de su mujer
y
de sus hijos y hermanos
y
criados,
dio
el alma a quien se la dio 475
(el
cual la dio en el cielo
en
su gloria),
que
aunque la vida perdió
dejónos
harto consuelo
su
memoria.
480
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Como
colofón, Jorge Manrique completa el cuadro de una muerte serena y cristiana:
un hombre completamente lúcido, acompañado por todos aquellos a quienes amó,
que entrega el alma en paz para que sea conducida al cielo. Y subraya
finalmente el consuelo que para todos aquellos que lo quisieron y respetaron
supone el recordar la grandeza de ese hombre.
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