miércoles, 5 de agosto de 2015

LA ESENCIA DEL NEOLIBERALISMO SEGÚN PIERRE BOURDIEU

La semana pasada, Le Monde diplomatique rescataba este artículo de Pierre Bourdieu de 1998. Me pareció tan clarividente que, aunque chapucera y apresuradamente, lo he traducido.





ESA UTOPÍA EN VÍAS DE REALIZACIÓN DE UNA EXPLOTACIÓN SIN LÍMITE

LA ESENCIA DEL NEOLIBERALISMO

¿QUÉ ES EL NEOLIBERALISMO? Un programa de destrucción de las estructuras colectivas capaces de suponer un obstáculo a la lógica del puro mercado

Por Pierre Bourdieu, Marzo de 1998

¿Es verdaderamente el mundo económico, tal como pretende el discurso dominante, un orden puro y perfecto que desarrolla implacablemente la lógica de sus consecuencias previsibles y está dispuesto a reprimir todas sus carencias por medio de las sanciones que inflige, ya de manera automática, ya –de modo más excepcional- por medio de sus brazos armados, el FMI o la OCDE y las políticas que imponen: bajada de los costes de la mano de obra, reducción del gasto público y flexibilización del trabajo? ¿Y si el neoliberalismo, convertido de esta forma en programa político no es, en realidad, más que la puesta en práctica de una utopía, pero una utopía que con la ayuda de la teoría económica a la que apela llega a concebirse a sí mismo como descripción científica de la realidad?

Esa teoría tutelar es una pura ficción matemática, fundada desde su origen en una abstracción formidable: aquella que en nombre de una concepción tan estrecha como estricta de la racionalidad identificada con la racionalidad individual, consiste en poner entre paréntesis las condiciones económicas y sociales de las disposiciones racionales y de las estructuras económicas y sociales que son condición de su ejercicio.

Para dar idea de semejante omisión, basta pensar solamente en el sistema de enseñanza, que no se toma en cuenta en cuanto tal en un tiempo en el que juega un papel determinante tanto en la producción de bienes y servicios como en la producción de productores. De esta especie de pecado original, encuadrado en el mito walrasiano (1) de la teoría pura,  derivan todas las carencias y todos los incumplimientos de la disciplina económica, y la obstinación fatal con la que se aferra a la oposición arbitraria que crea, por su sola existencia, entre la lógica puramente económica, fundada sobre la concurrencia y portadora de eficacia, y la lógica social, sumisa a la regla de la equidad.

Dicho esto, esta teoría originariamente desocializada y deshistorizada tiene, hoy día más que nunca, los medios para convertirse en verdad empíricamente verificable. En efecto, el discurso neoliberal no es un discurso como los demás. A la menera del discurso psiquiátrico, según Erving Goffman (2), es un “discurso fuerte”, que es tan fuerte y difícil de combatir porque tiene a su favor todas las fuerzas de un mundo de relaciones de  fuerzas que él contribuye ha convertir en lo que es, particularmente orientando las elecciones económicas de quienes dominan las relaciones económicas y uniendo así su propia fuerza simbólica a esas relaciones de fuerzas. En nombre de este protrama científico de conocimiento, convertido en programa político de acción, se lleva a cabo un inmenso trabajo político (negado en tanto que en apariencia es puramente negativo) que aspira a crear las condiciones de realización y de funcionamiento de la teoría, un programa de destrucción metódica de todo cuanto es colectivo.

El movimiento, hecho posible por la política de desreglamentación financiera, en contra de la utopía de un mercado puro y perfecto, se lleva a cabo a traves de la acción transformadora y, hay que decirlo claro, de la destrucción de todas las medidas políticas (entre las cuales el Acuerdo Multilateral de Inversión, destinado a proteger a las empresas extranjeras y a sus inversores contra los estados nacionales, es la más reciente) apuntan a cuestionar todas las estructuras colectivas capaces de poner obstáculos a la lógica del puro mercado: la nación, en cuyo marco el margen de maniobra no para de disminuir; los grupos de trabajo con, por ejemplo, la individualización de los salarios y de las carreras profesionales en función de las competencias individuales y la atomización de los trabajadores que resulta de ella; la misma familia que, a través de la constitución de mercados por clases de edad, pierde una parte de su control sobre el consumo.

El programa neoliberal, que extrae su fuerza social de la fuerza político-económico de aquellos a quienes expresa sus intereses –accionistas, operadores financieros, industriales, políticos conservadores o socialdemócratas convertidos a las dimisiones tranquilizadoras del ‘laisser-faire’, altos funcionarios de las finanzas, tanto más empeñados en imponer una política que preconiza su propia depreciación, de la cual, a diferencia de los cuadros de las empresas, ellos no corren riesgo alguno de pagar las consecuencias-, tiende globalmente a favorecer el corte entre la economía y las realidades sociales y a construir en la realidad un sistema económico conforme a la descripción teórica, es decir, una especie de máquina lógica que se presenta como una cadena de coacciones que encadena los agentes económicos.

La mundialización de los mercados financieros, unida al progreso de las técnicas de información, asegura una movilidad sin precedentes de capitales y ofrece a los inversores preocupados por la rentabilidad a corto plazo de sus inversiones la posibilidad de comparar de manera permanente la rentabilidad de las empresas más grandes y de castigar los fracasos relativos. Las propias empresas, ante semejante amenaza permanente, deben ajustarse de manera cada vez más rápida a las exigencias de los mercados, a riesgo, si no lo hacen, de perder la confianza de los mercados y simultáneamente el apoyo de los accionistas que, deseosos de obtener una rentabilidad a corto plazo, son cada vez más capaces de imponer su voluntad a los mánagers, de imponerles las normas a través de las direcciones financieras y de orientar sus políticas de contratación, empleo y salario.

Así se instaura el régimen absoluto de la flexibilidad, con las contrataciones de duración limitada o la interinidad y los planes sociales como repetición y en el seno mismo de la empresa, la competencia entre filiales autónomas, entre equipos obligados a la polivalencia y, en definitiva, entre individuos: fijación de objetivos individuales, entrevistas individuales de evaluación, evaluación permanente, alzas individualizadas de salarios  o concesión de primas  en función de la competencia y del mérito individual, carreras individualizadas, estrategias de responsabilización que tienden a garantizar la autoexplotación de ciertos cuadros que, siendo simples asalariados bajo fuerte dependencia jerárquica, son al mismo tiempo considerados responsables de sus ventas, de sus sucursales, de sus tiendas, etc., como si fueran independientes; exigencia de autocontrol que extiende la implicación de los asalariados según las técnicas de la gestión participativa mucho más allá de los cuadros de mando. Tantas técnicas de sometimiento racional que, imponiendo la sobreinversión en el trabajo, y no solamente en los puestos de responsabilidad y en el trabajo de urgencia, conducen a debilitar o a abolir las referencias y las solidaridades colectivas (3).

La instauración práctica de un mundo darwiniano de lucha de todos contra todos a todos los niveles de la jerarquía, que encuentra los mecanismos de adhesión al trabajo a destajo y a la empresa en la inseguridad, el sufrimiento y el estrés, no podría ser alcanzada si no encontrase la complicidad de la disponibilidad precarizada que produce la inseguridad y la existencia a todos los niveles de la jerarquía, incluso a los más elevados, de un ejército de mano de obra docilizada por la precarización y por la amenaza permanente del paro. El fundamento último de todo este orden económico situado bajo el signo de la libertad es, en efecto, la violencia estructural del paro, de la precariedad y de la amenaza de despido que implica: la condición del funcionamiento armonioso del modelo microeconómico individualista es un fenómeno de masas, la existencia del ejército de reserva de los parados.

Esta violencia estructural pesa también sobre lo que llamamos contrato de trabajo (sabiamente racionalizado por la teoría de los contratos). El discurso de empresa no había hablado nunca tanto de confianza, de cooperación, de lealtad y de cultura de empresa como en una época en la que se obtiene la adhesión a cada instante haciendo desaparecer todas las garantías temporales (las tres cuartas partes de los contratos son temporales, los empleos precarios no paran de crecer, el despido individual tiende a no estar sometido a ninguna restricción).

Vemos también cómo la utopía neoliberal tiende a convertirse en una especie de máquina infernal en la que la necesidad se impone a los propios dominantes. Igual que el marxismo de otros tiempos, con el que , desde este punto de vista, tiene bastantes puntos en común, esta utopía suscita una creencia formidable, la fe en el libre mercado, no sólo entre aquellos que viven materialmente de ella, como los financieros, los patrones de grandes empresas, etc., sino también entre aquellos que elaboran la justificación de su existencia, como los altos funcionarios y los políticos, que sacralizan el poder de los mercados en nombre de la eficacia económica, que exigen la supresión de barreras administrativas o políticas capaces de estorbar a los que detentan los capitales en la búsqueda puramente individual del beneficio individual, instituida como modelo de racionalidad, que desean bancos centrales independientes, que predican la subordinación de los Estados nacionales a las exigencias de la libertad económica para los dueños de la economía, con la supresión de todas las reglamentaciones en todos los mercados, empezando por el mercado de trabajo, la prohibición de los déficits y de la inflación, la privatización generalizada de los servicios públicos, la reducción del gasto público y social.

Sin compartir necesariamente los intereses económicos y sociales de los verdaderos creyentes, los economistas tienen suficientes intereses específicos en el campo de la ciencia económica para aportar una contribución decisiva a la producción y la reproducción de la fe en la  utopía neoliberal, sean cuales sean sus actitudes subjetivas ante los efectos económicos y sociales de esa utopía a la que dotan de razón matemática. Separados por toda su existencia y, sobre todo, por toda su formación intelectual, en la mayoría de los casos puramente abstracta, libresca y teoricista, del mundo económico y social tal y como es, están particularmente inclinados a confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas.

Confiando en modelos que prácticamente nunca pueden someter a la prueba de la verificación experimental, contemplando desde arriba los logros de las otras ciencias históricas, incapaces de reconocer la pureza y la transparencia cristalina de sus juegos matemáticos y cuya necesidad y profunda complejidad son incapaces de comprender, participan y colaboran en un formidable cambio económico y social que, incluso si algunas de sus consecuencias les producen horror (pueden pagar cuota al partido socialista y dar prudentes consejos a sus representantes en las instancias de poder), no puede disgustarles, ya que ante el peligro de algunos fracasos, imputables  particularmente a burbujas especulativas, tienden a aportar realidad a la utopía ultraconsecuente (como en ciertas formas de locura) a la que consagran su vida.

Y sin embargo, el mundo sigue ahí, con los efectos inmediatamente visibles de la puesta en marcha de la gran utopía neoliberal: no solamente la miseria de una fracción cada vez más grande de las sociedades avanzadas, el incremento extraordinario de las diferencias de ingresos, la desaparición progresiva de los universos autónomos de producción cultural, cine, editoriales, etc. A causa de la imposición intrusiva de los valores comerciales, sino también y sobre todo la destrucción de  todas las instancias colectivas capaces de contrarrestar los efectos de la máquina infernal, al frente de las cuales estaría el Estado, depositario de todos los valores universales asociados a la idea de lo público, y la imposición por todas partes ,en las altas esferas de la economía y del Estado, en el seno de las empresas, de esta especie de darwinismo moral que, apoyado en el culto al winner, formado en las matemáticas superiores y en el ‘salto al vacío’ instaura como norma de todas las prácticas la lucha de todos contra todos y el cinismo. ¿Podemos esperar que la enorme cantidad de sufrimiento que un régimen político-económico semejante dé origen algún día a un movimiento capaz de detener la carrera hacia el abismo? De hecho, estamos ante una paradoja extraordinaria: en tanto que los  obstáculos en la vía de realización del nuevo orden –el del individuo solo pero libre- se consideran resultado de la rigidez y el arcaísmo, y  que toda intervención directa y consciente, al menos en tanto proviene, de un modo u otro, del Estado, esta desacreditada de antemano y por tanto conminada a desaparecer en provecho de un mecanismo puro y anónimo, el mercado (que, no lo olvidemos, es el espacio donde se ejercitan los intereses), es en realidad la permanencia o la supervivencia de las instituciones y de los agentes del viejo orden en vías de desmantelamiento, y todo el trabajo de todos los tipos de trabajadores sociales y también todas las solidaridades sociales o de otro tipo la que evita que el orden social se disuelva en el caos, a pesar del  volumen creciente de población precarizada.

El paso al neoliberalismo se realizó de manera insensible y, por lo tanto, imperceptible, como la deriva de los continentes, ocultando así sus efectos más terribles a largo plazo. Efectos que resultan también disimulados, paradójicamente, por las resistencias que suscita, desde ahora, por parte de quienes defienden el viejo orden alimentándose de los recursos que escinde, de las viejas solidaridades, de las reservas de capital social que protegen toda una parte del orden social de la caída en la ausencia total de normas. (Un capital que, si no se renueva, si no se reproduce, está condenado a la decadencia, pero cuyo aprovechamiento no es para mañana).

Pero estas mismas fuerzas de conservación, a las que resulta fácil tratar como fuerzas conservadoras, son también, desde otro punto de vista, fuerzas de resistencia a la instauración del nuevo orden, que pueden convertirse en fuerzas subversivas. Y si podemos conservar alguna esperanza razonable, es la de que aún existan en las instituciones estáticas y también en la actitud de los agentes (especialmente en la de los más ligados a estas instituciones, como la pequeña nobleza de Estado) fuerzas semejantes que, bajo la apariencia de defender simplemente un orden desaparecido y los “privilegios”, tal y como se les reprocha, deben, de hecho, para resistir la prueba, trabajar para inventar y construir un orden social que no tenga por única ley la búsqueda del interés egoísta y la pasión de la ganancia individual, y que abra espacio a colectivos orientados a la búsqueda racional de fines colectivamente elaborados y acordados.

Entre estos colectivos, asociaciones, sindicatos, partidos, como no dar un lugar especial al Estado, Estado nacional o, mejor aún, supranacional, es decir, europeo (una etapa hacia un Estado mundial), capaz de controlar y de gravar con impuestos las ganancias obtenidas en los mercados financieros y, sobre todo, de contrarrestar la acción destructiva que estos últimos ejercen sobre el mercado de trabajo, organizando con la ayuda de los sindicatos la elaboración y la defensa del interés público que, lo queramos o no, no saldrá jamás, ni al precio de cualquier falsa contabilidad matemática, de la visión de contable (en otros tiempos habríamos decho “de tendero”) que la nueva fe presenta como forma suprema de la realización humana.


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